viernes, 25 de abril de 2014

AL PLANCHONERO SE LE SALVARON QUINIENTOS PESOS

El día 27 de Marzo de 2014, no fue un día común para Pedro Díaz, pues en su oficio diario de planchonero, tuvo que salvarle la vida a un pasajero que por poco se va al otro mundo sin pagarle los quinientos pesos del pasaje.
“El venía sentado en  la primera  banca del planchón y cuando estábamos llegando a la orilla derecha del rio, lo vi que se paró y de repente se desplomó y cayó al río”, narró Pedro mostrándonos el lugar donde sucedió el hecho.

Lo primero que hizo fue lanzarle una cuerda para que se agarrara y lo haló hacia el planchón.  Ya cuando estaba en la plataforma, le cobró el pasaje.  


Las llaves también salen piratas

La mujer ingresó a la cerrajería el sábado 19 de abril y después de escuchar el acostumbrado a la orden” de la persona que atendía el negocio, le pidió que le sacara la copia a una llave que llevó estampada en un jabón de baño.
La escena ocurrió en La Piragua, una cerrajería ubicada en el Centro de la ciudad de Montería, donde solicitudes como esta son comunes y corrientes. La costumbre de algunos clientes de llevar moldes en jabones, plastilina, barro y hojas de papel es tan vieja como el mismo negocio, que ya cumplió 45 años.

El dueño del local, Omar Echeverría, que aprendió el oficio de su padre, se abstiene de complacer a esta clase de clientela porque le genera desconfianza. Él considera que generalmente quienes hacen estas peticiones no son los dueños de las llaves y usan las copias para fines ilícitos. Según él, ellos se delatan.


“Aquí entran con desconfianza y no quieren hablar delante de otros clientes. Hace cinco días que vino alguien pidiendo una copia en un jabón. Yo simplemente les digo que eso es para robar y que vayan al CTI o la Policía, que allá se la hacen”, cuenta el comerciante.

Por su sinceridad y negarse a prestar sus servicios, se ha ganado más de un insulto. Pero él pone sus condiciones y la principal es que solo puede sacar la copia si le entregan la llave original. “Uno no puede caer en eso porque no es posible hacerlo y tampoco porque soy un ignorante.

Estas prácticas, de acuerdo con la experiencia del cerrajero, se dan entre las domésticas u otros empleados que aprovechan la ausencia de sus jefes para hacer sus fechorías. “Cuando los patrones no están en casa, imprimen la llave en cualquier cosa. Como ven tantas películas creen que hacer una igual es fácil”.
 
 
El dueño de la cerrajería también tiene que sortear de vez en cuando otras situaciones que ya han dejado de ser incómodas. Por ejemplo, se ha enfrentado a muchos clientes que le piden irrumpir en algunas casas a medianoche para que abra cajas fuertes, ofreciéndole a cambio una jugosa recompensa.

Pese a esos ofrecimientos, que vienen en otras ocasiones de mujeres que le prometen darle lo que él pida por su trabajo, Omar Echeverría prefiere seguir trabajando sus llaves por la vía que él considera legal, que le ha garantizado éxito y prosperidad a su negocio por casi cinco décadas.

 
 
Por: @nadianajerar



TRES COMADRES EN LA RONDA DEL SINÚ


Cuando Natalia Pérez salió de su casa, no se imaginó que su lengua tendría mucho trabajo en la mañana. Justo a las nueve y quince cuando caminaba tranquila por la ronda del Sinú, se encontró con Milena Cuestas y Daniela Montes, sus dos amigas de toda la vida.

Ahí fue Troya.  Buscaron una banca cercana y de inmediato sin tener que ponerse de acuerdo, iniciaron la recreación más común a la  que estaban acostumbradas: el comadreo.  En esas estuvieron por más de dos horas, tiempo durante el cual torcieron y enderezaron el mundo, alardearon de sus éxitos, lloraron sus fracasos y como es común en estos casos, hablaron de  alguno que otro chisme del barrio que las vio crecer.  Ni siquiera el desfile que con bombos y platillos cruzaba por la avenida, las distrajo de tan escatológica conversación. Agotada la temática, cada una regresó a sus labores cotidianas.  Natalia, más apurada, porque dejó el arroz puesto en el fogón.


La Hicotea que parecía infeliz



A pesar de las prohibiciones y Aunque hace poco terminó la temporada de  Semana Santa, en plena avenida primera de la ciudad de Montería una camioneta que transitaban por esta zona llevaba en su platón una hicotea de dimensiones descomunales.

El gigantesco animal, se veía desesperado, miraba de lado a lado, quizás el fuerte sol la sofocaba y el peso de su caparazón consumía sus fuerzas. Sin embargo, agitaba sus patas como  pidiendo ayuda a la multitud que iba detrás del carro donde ella.

Dos agentes de policía que se encontraban circulando por el sector se dan cuenta de lo que está sucediendo con el gigantesco animal y detienen el vehículo, observan que el animal no está desesperando si no bailando al son de la música que suena al fondo de la marcha de la cual era parte.

Delirio de persecución



Morocho, el mototaxi del pueblo como le llaman en el barrio, llegó a recoger a una de sus pasajeras en la manzana 72 de un barrio al sur de Montería. Esta le indicó la ruta que tomaría, la cual la llevaría al centro de la ciudad, situación que no le agradó al mototaxista, ya que no es permitido llevar pasajeros a esa zona, pero a pesar de esto decidió realizar la carrera.

Durante el camino Morocho iba maquinando que calle cogería para evadir los controles de la policía. Sin embargo, al llegar al centro, se dio cuenta que dos policías en diferentes motos aparecieron de la nada e iban muy cerca de él. Morocho, al notar esto emprendió la huida y aceleró la moto al igual que los policías; en medio de la persecución otro mototaxi que no llevaba pasajero le gritó ¡mijo te van a quitar la moto!

Morocho, al escuchar esto aceleró aún más el vehículo con el fin de detenerse en una esquina para que su pasajera se bajara rápidamente y evitar tener problemas más graves con la policía, pero  vio que estos pasaron por su lado dejando polvo atrás, Morocho de inmediato miro su reloj y sonríe diciendo  “a los tombos se los cogió el día”.

Toda una vida para recrear

Con sus pilatunas, Perolito de Venezuela, es un payaso que contagia de alegría a niños y adultos de la ciudad de Montería. Representado por un hombre cuyo nombre es Sergio Cabas, un venezolano que en el transcurrir del año acude a las invitaciones hechas por varios países llevando  a estos lugares diversión y entretenimiento.

Cuenta que la recreación es un factor muy importante para el ser humano. “Hoy  en día vivimos en una sociedad que maneja niveles de violencia, niveles de estrés muy fuertes y que los payasos son la solución a estos problemas, somos los soldados de la paz”.

Al indagar sobre su vida, Perolito de Venezuela asegura que su residencia se encuentra en Barquisimeto, donde tiene a su esposa e hijos y su propio circo. Cuando está de regreso se dedica de lleno a su negocio,  poco tiempo es el que dedica a la integración y recreación con su familia.

Es paradójico que este  personaje que es el que lleva toda esta alegría  y recreación a las familias del mundo, invierta poco tiempo para él y la suya.  
Informo: @faridechagui


Un monumento fugaz






Los transeúntes que paseaban desprevenidos por la Ronda del Sinú, contemplaban con curiosidad el nuevo monumento de arte abstracto que adornaba un sector del parque, la extraña figura de formas retorcidas y contornos puntiagudos, lanzaba destellos plateados cuando el sol se posaba sobre ella.

“parece una obra de arte de museo” asegura Nicolás Jiménez asiduo visitante del sector, quien siempre se dirige a esta zona del parque a descansar en una banqueta ubicada debajo de un inmenso árbol de higo.

Esta obra aún no ha sido inaugurada, tampoco se conoce quién fue el artista que la elaboró, pero se presume que está hecha de sillas metálicas que pertenecían a un famoso  restaurante con nombre de árbol, que decidió cerrar sus puertas y donó sus sillas para crear un monumento para la posteridad.
“aquí solía venir mucha gente a comer” manifiesta Sandra Martínez, mientras apura el paso porque va llegando tarde a su trabajo.

Mientras esperábamos que apareciera alguna autoridad para inaugurar la obra, sorpresivamente las puertas del restaurante se abrieron, los empleados empezaron a desmontar una a una las sillas que formaban la hermosa estructura que por muchas horas fue el centro de atracción de los transeúntes.
“Nosotros las recogemos en las noches y las apilamos para guardarlas” explicó Diana Arroyo, empleada del sitio.

El monumento que tantas miradas captó fue desmontado en menos de cinco minutos, tuvo una vida fugaz, pero todos los días antes que el restaurante abra sus puertas, los visitantes podrán contemplar esta extraña figura.