
Ahí fue Troya.
Buscaron una banca cercana y de inmediato sin tener que ponerse de
acuerdo, iniciaron la recreación más común a la
que estaban acostumbradas: el comadreo. En esas estuvieron por más de dos horas, tiempo
durante el cual torcieron y enderezaron el mundo, alardearon de sus éxitos,
lloraron sus fracasos y como es común en estos casos, hablaron de alguno que otro chisme del barrio que las vio
crecer. Ni siquiera el desfile que con
bombos y platillos cruzaba por la avenida, las distrajo de tan escatológica conversación.
Agotada la temática, cada una regresó a sus labores cotidianas. Natalia, más apurada, porque dejó el arroz
puesto en el fogón.
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